UNA DULCE MELODÍA
Hay pocas cosas tan sencillas que me provoquen tanta felicidad como cuando te veo sonreír. Ese simple gesto me inunda de energía. Me olvido de todo salvo del sonido de tu risa, ese que por tu personalidad prudente y sensata me regalas cuando menos lo espero. Es quizá por ese regalo inesperado, que la recojo y retengo como quien guarda un objeto valioso, esperando el próximo obsequio, sorprendiéndome de un modo inenarrable las veces que el tonto no solo lo hago yo, porque hacerte reír es lo que más disfruto. La melodía más dulce…
Empezamos nuestro recorrido de un modo extraño, poco habitual. Éramos solo dos locos tomando decisiones precipitadas e innecesarias. Menos mal que el tiempo siempre puede dar o quitar la razón. A nosotros nos la dio.
Años después de ese inicio, compartimos el aire, los sueños, los lejanos objetivos que finalmente vamos alcanzando. Las rutinas, los gestos de hastío que el día a día en ocasiones impone sin poderlo evitar. Vamos sumando vivencias, multiplicando lo bueno, restando lo malo. Somos tal vez únicamente dos personas más en un mundo que gira a velocidades imposibles. Somos dos motas de polvo que mece el viento, sin propósitos especiales, sin grandes metas que considerar.
Lo que para algunos es tan cotidiano como esperar el final de una jornada, para mí se vuelve importante, queriéndolo compartir contigo con idéntica ilusión cada día. Somos capaces de dejarnos llevar por ese viento que nos conduce en un viaje acompasado… dos personas insignificantes que tanto significan la una para la otra. Podemos sentarnos en silencio y escucharnos, coger un libro y sin pronunciar palabra compartir el momento con la absoluta certeza de sabernos al lado, que con eso baste para sumergirnos tranquilos en las historias que encierran sus páginas. Hechos tan sencillos y tan reveladores…
Porque me percato de la obvia mortalidad que llevo conmigo presente, pero sin que pese sobre mí como una losa, como un costoso tributo con el que deba pagar. Es la irrefutable realidad por la que me aferro a las cosas bellas, disfrutándolas porque nada hay seguro y mañana puede ser tarde. Y me agarro a tu cuello, me enredo en tu pelo y jamas me sacio de ti. Tu bondad que es mayor de lo que suelo observar a mi alrededor, fluye a través de tus palabras, de lo que cuentas, de los ánimos que contagias, de tu generosa sonrisa, incluso de aquello que no dices, porque posees la calma y el equilibrio que me ayuda a mantener viva la esperanza. Esperanza por el futuro, por extraer del presente todo lo que detenta, lo que acapara…
No necesito paisajes de cuento. No anhelo el pasado que atrás quedó. Me alegra haberlo vivido para saber ahora que el cuento se puede escribir en cualquier remoto lugar, en un día anodino… Dejar de soñar en definitiva con espejismos y hacerlo con la más sencilla, genuina y fantástica realidad, acompañado si es posible, por esa dulce melodía…