ARREPENTIMIENTO

ARREPENTIMIENTO

No debería sentirme así pero no puedo evitarlo. Me repito que no me he equivocado, que era lo que tenía que hacer. Siempre se dice que para que el mal triunfe solo es necesario que los buenos nos quedemos mirando y no hagamos nada.

¿Pero acaso soy yo el bueno?. ¿No me he transformado en una copia insana de mí mismo? 

No sé qué pensar. Me atormenta el crimen que he cometido y al mismo tiempo siento que no podía hacer otra cosa. No pude mirar hacia otro lado, hacer como si el sufrimiento de los demás me resultase ajeno. 

Ese tipo de enfermedad que he erradicado no tenía arreglo. Si los instintos más depravados se vuelcan en los inocentes, ¿qué futuro nos aguarda?

Desde hace unos días no duermo, no puedo comer y presiento que estoy perdiendo el juicio. No pienso con claridad y cada vez que cierro los ojos revivo de forma constante cómo mi parte feroz arrancaba de cuajo la semilla podrida que brotaba en la mente de ese desalmado, con cada uno de mis golpes presentía que estaba salvando a ese niño, que tendría así una nueva oportunidad, una vida alejada de la violencia.

Me encuentro ante el dilema más importante de mi existencia. Me atormenta la culpa por quitar una vida aunque eso signifique ahorrar a un hijo los abusos de un padre perverso. 

En la soledad de mi cuarto miro el cañón del revólver como pidiéndole permiso para disparar, disculpándome anticipadamente por el destrozo, el ruido y las salpicaduras de después. No soporto más esta carga y voy a ponerle fin.

Acaricio el gatillo, familiarizándome con su tacto, pretendiendo contagiarme de esa firmeza que el arma posee. 

Cuando empiezo a presionar el percutor suena el timbre e interrumpe la solemnidad del momento.

Abro la puerta y ahí está el niño, mi querido y entrañable vecino de la mano de su madre. Veo su mirada en los ojos, llenos de bondad e inocencia. La mirada de ella me redime de todo pecado. Intuyo que sabe lo que he hecho y casi puedo percibir su agradecimiento. El arma encima de la mesa me parece ahora inaceptable. Esos ojos que me miran en el umbral de la puerta me convencen de que hay situaciones por las que merece la pena matar y personas por las que aferrarse a la vida.

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