DÍA 13: ESTRELLAS

DÍA 13: ESTRELLAS

Desde muy pequeña siempre quiso triunfar con el baile. Maravillaba a sus padres cuando giraba sobre sí misma, dando pasitos inestables y haciendo acrobacias torpes e increíbles casi antes de mantener la verticalidad sobre sus piernecitas.

Formaba parte de su identidad, una identidad que aún sin formar y estando lejos de hacerlo, prometía proporcionarle una inmensa felicidad. Escuchaba la música y sus ojos se iluminaban y con ellos todo a su alrededor se contagiaba de esa luz. Fue creciendo y quienes la conocían sabían que acabaría siendo una estrella.

Pasaron los años y se fue convirtiendo en una dulce y feliz joven con tremendas ganas de extraer todo el jugo a la vida. Iba camino de su primer concurso de baile. Lo llevaba esperando desde hacia mucho tiempo e incluso antes siquiera de ser consciente, en sus más profundos sueños.

El impacto fue brutal. Su padre perdió el control del vehículo, saliendo de la carretera para estrellarse contra muro. El drama llegó con el parte médico. Podría hacer vida normal. No había que lamentar secuelas para ella y su padre. Sin embargo jamás volvería a bailar. – ¿Y eso no son secuelas? – se lamentaba Estrella. – Mi futuro se ha hecho añicos y el mundo sigue girando como si nada…

Lo que los demás consideraban una suerte, ella lo maldecía. Seguir con vida no era solo seguir viviendo. Su vida era el baile. Cómo podría seguir su corazón latiendo sin música, sin sentirla dentro de sí bombeando y expresándola con el Don que ella poseía.

Una noche de agosto, tiempo después, salió de su casa. Deseaba ver las perseidas. Lo hacía cada año. Era en esa noche estival cuando se sentía más comprendida que nunca. Su tío, quien más entendió su pesar, le contó una vez una historia. Decía que las lágrimas de san Lorenzo eran realmente estrellas que lloraban las penas del mundo, que así se podían soportar las ausencias y frustraciones ya que era el cielo cada año quien a través de esas lágrimas purgaba las tormentas en el alma de la gente.

Al principio no sabía si era o no verdad esa fábula. Con el transcurrir de los años y al ir haciendo suya esa leyenda, aunque descubrió finalmente que era una invención de su tío, le quedó agradecida porque le sirvió para aferrarse a una mentira que le hacía creer que no estaba sola, que de algún modo el mundo entendía su pena.

Ese año en concreto algo cambió en ella. Mientras observaba las estrellas fugaces lloviendo sobre sus tribulaciones, tomó una determinación. Volvería a bailar. Ya se había cansado de lamentos. Era el momento de resurgir. Iba a volver a danzar, pero lo haría a través de otras piernas, de otros brazos, de otros sueños.

No sabía cuándo, no sabía cómo y ni siquiera dónde, pero ese Don que poseía no lo iba a malgastar con amargas lágrimas. Dedicaría todo su empeño como antaño lo hiciese sobre sus piernas, para abrir una escuela. Allí reconectaría nuevamente con su luz e intentaría llenar de esperanza e ilusión otros corazones.

Y es que lo sueños solo se rompen verdaderamente cuando no estamos dispuestos a cerrar los ojos, y entonces el momento posterior si los abres quizás veas frente a ti volar una estrella.

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