Una de las pocas cosas buenas que tiene equivocarse, es que suele tener solución. Cuando erramos frente a otras personas queridas, el único modo de intentar recuperarlas es a través del perdón.
RELATO: UN ÚLTIMO DESEO
El calendario me aprieta, es inclemente y obstinado. Me queda poco tiempo pero no voy a esperar que desaparezca el último grano de este gigantesco reloj de arena. No puedo permanecer azorado a que llegue el momento final.
Todo carece ya de la importancia que en otro tiempo revestía cada decisión, cada mirada y los viejos recuerdos. Solo me importa arreglar lo que queda pendiente sin que trascienda nada más.
Hace mucho que no nos vemos y asumo la culpa. Han pasado demasiados años y la caprichosa memoria juega con los recuerdos aderezados con engañosos pensamientos. Y llega un momento, el de ahora, en que el vacío amenaza con devorarme, cuando me percato de la equivocación. Sé que fue mía pero no encuentro dónde quedó.
Nervioso marco el número que nunca pude ni quise borrar. Dime que me perdonas, le digo en cuanto escucho su voz.
Su silencio tiene tintes de eternidad, su aliento fluye a través del aire golpeando con fuerza mi desequilibrio.
Tú ya sabes por qué te llamo, insisto. Lo siento tanto… ya no me acuerdo cómo me sucedió. Soy solo una persona que olvidó cuanto te quise, que abandoné la cáscara que envolvía mi cariño y mi ilusión cuando ella nos dejó y al final te descuidé.
Me respondes que ahora no es relevante, que un jarrón roto ya no se puede arreglar sin que se vean sus grietas. Yo solo necesito tu perdón, tan solo quiero que a través de esas fisuras podamos filtrar aunque sea una minúscula porción de ese amor que tiempo atrás tan feliz nos hizo. Puede ser una quimera y es posible que llegue muy tarde, pero un egoísmo inevitable me martiriza y me oprime el pecho, impidiéndome respirar. Necesito el aire que desprende tu voz, ese resuello tuyo tan persistente que claramente recuerdo.
No quiero chantajearte con mis fantasmas aunque termine haciéndolo sin verdadera intención. Me refugié en mi tristeza cuando ella, que era a la vez compañera, amante, esposa y madre, fue arrebatada sin nuestro permiso. Admito mi torpeza al abandonarte también y no seré tan infame como para obligarte a quererme de nuevo. Sé que perdí ese derecho.
Perdóname hija. Tan solo apacigua la pena de este pobre viejo que solo quiere regresar al lugar donde una vez fue feliz, aunque ese lugar hace tiempo que no esté habitado.
Concédele a este pobre infeliz un momento de paz que compense su tiempo atribulado. No te pido que me quieras, solo perdóname y que de este modo se cumpla mi último deseo.