RAÍCES

RAÍCES

No importa que lleve lejos de ti lo que ahora me parece una eternidad, como si formase parte ya de la vida de otra persona. Eres parte de mi identidad, de mis recuerdos. No te quiero por el arraigo. No tuvo tiempo la raíz de clavarse en mis entrañas. Tu belleza y tu embrujo han determinado que te ame tanto como a la ciudad en la que descubrí toda la magia de la infancia con su presente interminable. La ciudad que me adoptó después, a los once años y donde en este preciso instante tengo mis ilusiones y mis proyectos, me ofreció una vida que me he ido construyendo y en la que se afianza mi felicidad. Esta ciudad me acogió con todo su cariño y creo haberla sabido corresponder.

Quizá se añora lo que quedó atrás, tal vez se edulcora lo que en alguna ocasión produjo amargura. El pasado en su caprichosa reminiscencia, juega con los recuerdos y les concede nuevos relatos, nuevas ficciones. Sea como sea, me baso en esa memoria sesgada para vincularme a aquello que me produce alegría. Solo se puede contar con lo que llevamos en nuestra mente, con lo que todo ello ha provocado y que nos conduce adonde estamos ahora.

Lo que sí tengo nítido en mi memoria acerca de mi ciudad natal, son cosas sencillas que creo que el tiempo debido a esa pura sencillez, no ha sido capaz de modificar: cuando iba camino del colegio y tu sombra elevada hacia el infinito se alargaba como si de una mano se tratase, que me acompañaba hasta que dejaba el parque atrás y me engullían nuevamente los edificios que te rodeaban, como queriendo protegerte de un inclemente viento. ¡Oh gigante bueno, qué bonito pasear junto a ti cada día!

Desde entonces y con el paso del tiempo, dentro de mí, tu sombra ha crecido aún más de lo que hace con el impulso del sol. En mis sueños tiempo después de dejar la ciudad que me vio nacer, aparecías, no permitiéndome olvidar y deseando regresar de vez en cuando para observar cómo ibas cambiando, como de forma lenta y constante te iban engalanando.

Supongo que hay lugares más hermosos, obras más relevantes, pero cuando logra entroncarse un lugar concreto con una parte de la esencia, deviene en una suerte de amuleto, de talismán, que representa a partir de entonces una amalgama de emociones y sentimientos.

Hay sitios en los que uno se puede sentar a dejar que el transcurso del tiempo ayude a ordenar pensamientos. Hay rincones donde se puede cerrar los ojos y simplemente dejar que el reloj avance sin que nada más importe. Hay parajes donde aun estando lejos de casa, hacen sentir la raigambre de un modo abrumador. Yo tengo ese lugar, de hecho fue él quien se apoderó de mí…

6 comentarios

  1. Muy bonito, Sergio. Es bien cierto que te une algo especial con la Sagrada Familia, pues nunca dejas de nombrarla cuando habla de Barcelona y de tu infancia en estas tierras. Es curioso, pues, cuando yo veo la Sagrada Familia, pienso en ti al instante. Cuando le hago una foto, cuando paseo por sus calles adyacentes, cuando llevo a mi hijo al parque, cuando me bajo en su parada de metro. Sergio = Sagrada Familia. Sagrada Familia = Sergio.
    Por cierto, preciosa foto. Pásame el nombre de ese pedazo fotógrafo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Volver arriba