EL PAJARILLO

EL PAJARILLO

Aquí traigo otro cuento que escribí el 4 de enero de 2002 concretamente. No sé por qué pero en esta ocasión anoté el día exacto. Espero que os guste.

Roberto era de duro carácter, de rudas maneras. Nadie quería tratar con él. Se trataba de una de esas personas que desde que nacen, van dejando una estela de fracasos y desorden en sus vidas. Se dedicaba a escribir en el periódico de su pueblo. Había conseguido ese empleo debido al buen trato que el director tenía con su padre. Este era un buen hombre que se llevaba bien con todos los vecinos. No obstante, un día, el cáncer apareció y de manera fulminante se lo llevó, siendo Roberto aún muy joven, sin mirar a aquel pobre diablo en su interior para comprobar si era justo o no aquel desenlace. 

Quedó en el pueblo un enorme vacío tras su marcha. De algún modo, todos le debían algo.

El director del periódico estaba en deuda con el hombre. Aún recordaba el día en que su esposa fue acuciada por terribles dolores. El niño venía de nalgas. No se veía su llegada, y en unos minutos, como si tuviese prisa por presentarse, empezó a empujar. A las cinco de la madrugada sonó el teléfono en casa del doctor. En 10 minutos se había presentado para asistir a aquel inminente parto. Cuatro horas duró el suplicio, pero finalmente todo terminó en un susto y una nueva vida.

En términos generales lo que el pueblo le debía era su entrega y dedicación. Ya fuera de día o de noche, en horario laboral o festivo. Los honorarios dependían de la capacidad económica de los pacientes que pagaban en función de sus posibilidades. Eran tiempos de grandes restricciones y aunque era el único médico de la comarca, nunca abusaba de la situación. 

La madre de Roberto murió en el momento de su alumbramiento por lo que nunca la conoció ni tuvo más hermanos. Aunque su padre nunca le hizo sentir culpable por ello, Roberto lo sentía así. Tal vez se debía al cada vez menor tiempo que pasaba en casa, trabajando más y más y por tanto dejándole muchas veces al cuidado de alguna vecina del pueblo, que lo malcriaba y no sabía entenderle.

Roberto era un joven que contaba con el apoyo del director del periódico aún con el fallecimiento de ambos padres. El hombre tenía una deuda insalvable para con el doctor que jamás podría quedar saldada, y le había acogido bajo su ala, desde que quedó huérfano con poco más de 18 años.

El muchacho contaba con una buena situación. Tenía trabajo y una casa pagada. No podía permitirse grandes lujos, pero no sufría penurias.

Pese a todo, Roberto se había ido transformando poco a poco en un “bicho raro”. Durante su época en el colegio se alejaba de todo aquel que le daba muestras de cariño. A veces, cuando se relacionaba, lo hacía torpemente, y terminaba en el despacho del Jefe de Estudios por ocasionar disturbios.

Durante el instituto no fue mejor. Terminó por juntarse con la peor calaña de la Comarca. Entonces, poco después de comenzar, finalizó sus últimos días del primer año de clase, en un internado.

De allí salió a los pocos meses, a petición de su padre, que, pese a la opinión general del pueblo, le acogió de nuevo en casa. 

Unos años después…

Nadie, como empezaba la narración, quería tratar con él. Se metía por tato en su mundo imaginario que él mismo se construía. Todo el pueblo cuchicheaba a sus espaldas. Todos le pronosticaban un futuro muy incierto. Incluso había quien le vaticinaba un largo tiempo en presidio.

Por ello se inmiscuía cada vez con mayor vehemencia en su imaginario mundo. Creaba siluetas que proyectaba en la pared, con quienes entablaba conversaciones. Transformaba muñecos de trapo en seres con alma y sentimientos. Necesitaba ser querido y relacionarse. Únicamente ansiaba lo que el resto tenía.

A sí mismo no se veía tan malo como parecían proyectar en los demás. Tenía problemas de comunicación y la privación de madre toda la vida y de padre más recientemente, no ayudaba a su carácter introvertido y soñador.

Roberto caminaba cierto día por la calle al salir del trabajo, cuando vio un pajarillo con un ala rota. Lo recogió del suelo y lo llevó al veterinario. Este se la entablilló y explicó a su nuevo dueño, los cuidados necesarios que necesitaba el animalillo y que, en un tiempo, podría volver a volar como antaño.

Lo acogió en su casa y se acostumbro enseguida a aquel pajarillo. Depositó sin pretenderlo muchas de sus esperanzas e ilusiones en su recuperación y cuidado. No temía que su nuevo amigo le criticase, nunca lo juzgaría. En su casa convivía con un ser chiquitín que le escuchaba y le alegraba sus jornadas con alegres y dulces cantos. Era más de lo que había recibido desde que su padre había partido.

La dificultad más grande de Roberto estribaba en comunicarse con sus semejantes. Le daba pánico el ridículo, “el qué dirán”, la maldita socialización. Pero no podía apartar de su mente y sobre todo de su corazón a una chica del pueblo, Lucía. Esta desconocía los sentimientos de Roberto. Su relación entre ambos no era distinta a las demás. Él así lo había querido. El día en que ella se acercó una jornada estival de hacía ocho años, con la excusa de ofrecerle un trozo de bizcocho durante un recreo en el instituto, se volvió, muerto de vergüenza, marchándose inmediatamente. Hubiese sido sencillo aceptar, y de ese modo continuar lo que ella iniciaba. Sin embargo, para Roberto las cosas nunca le resultaban fáciles y no comprendía el corazón humano, ni el suyo ni el ajeno, y eso le atormentaba.

En ausencia de otro vínculo más fuerte, alimentaba su amor por aquel pajarillo al que terminó llamándole Libertad. Pasaron las semanas y llegó el momento que Roberto más temía, el de la marcha de su amigo emplumado. Se recuperó y un día de marzo lo soltó y salió de su vida por la ventana del salón.

Dos años más tarde…

Se encontraba Roberto ensimismado en la lectura de un libro de aventuras ya que le hacían olvidar su soledad. Sin saber cómo ni por qué, algo sonó en el cristal de la ventana. No sin cierto temor, se acercó a ver qué era aquello que perturbaba su lectura.

No sabía si se había metido demasiado en su novela, pues no daba crédito a lo que percibían sus sentidos. Por fin supo que lo que veía era real. Reconoció claramente a su antiguo amigo. Había regresado.

Se trataba de su Libertad. Había vuelto tras un año de ausencia. Estaba allí, en el alfeizar de la ventana, mirándole fijamente, como pidiendo perdón por el retraso. No venía solo. Estaba acompañado por su pareja. Uno sin el otro ya no podía estar. Decidió llamarlo Amor.

Contemplaba la estampa, formado por el paisaje formado por las hojas caídas, arrancadas por el viento, un sol radiante, las colinas a lo lejos, repletas de nieve todavía, los niños corriendo por el parque mientras disfrutaba de su Libertad y su Amor, revoloteando y llenando su espacio, siempre tan vacío…

De súbito, todo aquello le produjo una especie de visión. Se veía a sí mismo capaz de cambiar, de comerse el mundo. Ese sencillo y a la vez profundo acontecimiento, otorgaba a su alrededor un halo de fuerza, de una vida con numerosos secretos por descubrir. 

Si había sido capaz de mostrar a dos pajarillos sus buenas intenciones y su desconocido interior, qué no sería capaz de mostrar al resto del mundo. 

Ese sencillo día, que amaneció como otro cualquiera, era el inicio de algo nuevo, algo importante a lo que se aferró. Había perdido mucho tiempo al no compartir, al no amar, pero eso terminaría ese día y exprimiría el jugo de todo lo que compondría el nuevo mundo que iba a redescubrir.

Y se juró que nunca más dejaría de lado Amor y libertad. Serían por siempre su guía.

¿Y sabéis qué?

Con el transcurso del tiempo consiguió ganarse el corazón de Lucía. No le resultó fácil ni fue rápido. No obstante, poseía nuevos valores que ya no quiso ni pudo abandonar para alcanzar lo que realmente deseaba. Y es que cuando un corazón se abre, recibe todo el amor que está dispuesto a entregar.

FIN

¿Qué te sugiere este cuento? ¿Alguna vez te has planteado escribir uno o lo tienes y te da vergüenza compartirlo? ¿Tienes algo publicado o en tu escritorio del ordenador que querrías que leyese alguien? En ese caso te animaría a hacerlo. Es cierto que cuando publicas te expones, pero para vivir hay que hacer eso, ¿no os parece?

Un fuerte abrazo

4 comentarios

  1. Cuando escribimos algo siempre ponemos una parte de nuestra propia esencia incluso cuando estamos escribiendo ficciones. Son nuestros dedos los que escriben lo que les dicta nuestra cabeza por lo que, por mucho que nos abstraigamos, siempre se vislumbrarán visos de nuestra personalidad, consciente o inconsciente.
    Sobre tu cuento, me ha gustado mucho. Nos hace pensar en la evolución posible del ser humano, siempre que sea para mejorar.

    Y por otro lado, sobre escribir… Sí, escribí un cuento (que has leído) pero de momento se queda en familia.

    Por ahora me conformo con escribir pequeñas reseñas sobre música contando lo que cada canción me hace sentir y compartiendo mis pensamientos con el que quiera acompañarme.

    Yo animo a todo el mundo a escribir aquello que le pasa por su cabeza, con ánimo de publicarlo o no. Muchas veces escribir te recoloca las ideas y si además decides compartirlo, puede aportarte mucho aprendizaje.

    Gracias Sergio por compartirnos tus escritos.

  2. Sara

    Libertad y amor, qué palabras más bonitas.
    Creo que los animales en general, y el ser humano en particular, necesitamos de otros para poder vivir. Necesitamos sentirnos queridos, escuchados, no sentirnos solos. Necesitamos compartir momentos, vivencias con buenos amigos, familia y pareja.
    En cuanto a lo de escribir, me parece tan complicado… es de admirar… yo, de momento.. prefiero seguir leyendo… jajaja

    • Totalmente de acuerdo. Formamos parte de un sistema en el que todo está intrincado. Me alegro que sigas leyendo. Es lo que nutre mi blog, su lectura.
      En cuanto a escribir, te ánimo a ello. Lo que he podido leer tuyo me ha parecido siempre bueno. ☺️

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